Berna, Suiza (Prensa Latina) Alimentación abundante o hambre multiplicado. Preservar la Madre Tierra o destruir la biodiversidad. Disyuntivas cada vez más cotidianas con efectos directos para una gran parte de la población mundial. Los pueblos indígenas toman la palabra y exigen protagonismo.
Sergio Ferrari*, colaborador de Prensa Latina
El pasado 9 de agosto, para celebrar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas 2023, la Red de Pueblos Indígenas «Slow Food», la cual reúne a 370 comunidades en 86 países, lanzó una Campaña Mundial con el eslogan «Descoloniza tu comida». Dicha iniciativa anima a las comunidades indígenas a reforzar la lucha para preservar su patrimonio alimentario contra los avances de la «comida rápida», o «fast food».
Alimentos industrializados vs biodiversidad
Según los promotores de la Campaña, desde tiempos ancestrales los pueblos autóctonos han defendido y promovido una exhaustiva variedad de especies vegetales y animales y bregado arduamente para asegurar la sobrevivencia de sus conocimientos tradicionales, sus lenguas y sus alimentos, todos ellos seriamente amenazados de extinción por procesos sociales y ambientales destructivos.
La Red de Pueblos Indígenas destaca también que sus territorios, donde vive el seis por ciento de la población mundial, concentra el 80 por ciento de la biodiversidad del planeta. Y que sus comunidades son depositarias de conocimientos y alimentos tradicionales. Sin embargo, el acaparamiento de tierras, las prácticas agrícolas insostenibles, las violaciones de los derechos de los pueblos indígenas y el cambio climático amenazan dramáticamente esa herencia.
Otra amenaza trascendente, que a veces no se manifiesta de forma tan obvia, es la colonización creciente de los alimentos locales o nativos por parte de la industria alimenticia. Por una parte, esta industria y sus corporaciones procuran apropiarse de los conocimientos y productos indígenas sin el consentimiento de dichas comunidades. Además, sin reconocerlo ni redistribuir los beneficios con las mismas. Por otra parte, los comestibles industriales y globalizados desplazan gradualmente a los generados por las comunidades locales y tradicionales.
La Red de Pueblos Indígenas denuncia que los medios de comunicación y, en muchos casos, también las políticas públicas, fomentan la producción y el consumo de los productos alimenticios industriales. Como consecuencia, se agrava la inseguridad alimentaria de las comunidades indígenas debido a la homogeneización de su dieta básica y la desaparición de tradiciones y aun sabores culinarios, economías locales e identidades alimentarias.
Las Naciones Unidas advierten que ya en 2020 unos 130 millones de personas en América Latina y el Caribe no lograban contar con una dieta cotidiana saludable. Un informe de varias agencias de la ONU devela el escándalo nutricional que golpea el continente: «En la región, la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave, de sobrepeso en niños y niñas menores de cinco años, y de obesidad en adultos, es superior a los promedios mundiales. Además, la región tiene la dieta saludable más costosa en comparación con otras regiones del mundo».
La antítesis de las recetas autóctonas la constituye la comida «chatarra», o «de rápido acceso» (de allí su nombre en inglés, fast food), con altos niveles de grasas, azúcar, condimentos y aditivos. De acuerdo con datos de la consultora Grand View Research, el mercado mundial de comida rápida generó 529 mil 500 millones de dólares en 2020. Las estadísticas anticipan para ese sector una tasa compuesta de crecimiento anual (CAGR) de 4,6 por ciento entre 2021 y 2028.
El movimiento indígena recuerda el valor de lo propio, de su sabiduría popular: los alimentos autóctonos y tradicionales pueden desempeñar un papel importante en la lucha contra el hambre y la malnutrición. Las dietas a base de ingredientes naturales contribuyen a un estilo de vida saludable y preservan los ecosistemas locales y los recursos medioambientales. Y concluye que «dicho modelo se encuentra en fuerte competencia con los alimentos procesados de la industria agroalimentaria y el creciente uso de Organismos Genéticamente Modificados (OGM)». La «inundación» del mercado con estos productos provoca un cambio considerable en los hábitos alimentarios, cuyos efectos nocivos para la salud se expresa cotidianamente. Sólo en 2022, la superficie mundial de cultivos transgénicos aumentó un 3,3 por ciento, alcanzando los 202 millones de hectáreas, la superficie más alta jamás sembrada hasta ahora. Este incremento se dio, especialmente, en Brasil, Australia, India, Paraguay y Sudáfrica.
De los 29 países que siembran cultivos transgénicos en el mundo, 10 se encuentran en Latinoamérica, región donde se concentra casi la mitad del área cultivada. De los 10 principales países de este sector, cuatro son latinoamericanos, con Brasil y Argentina a la cabeza.
Alimentos e identidad
Comentando sobre la importancia de la Campaña Descoloniza tu comida, Dalí Nolasco Cruz, dirigente indígena mexicana, y miembro del directorio de Slow Food, sostiene que «Nuestra alimentación nos conecta con nuestras comunidades, con la Madre Tierra y con nuestros antepasados. Es nuestra cultura, nuestro conocimiento, nuestra vida, es decir, nuestra propia identidad».
Para esta joven activista social oriunda del Pueblo Nahua de Tlaola, en Puebla, dirigente de la organización local Timoâ€ÖPatla Intercultural A.C. y miembro de la mesa coordinadora de la Red Mopampa de empresas de economía social y solidaria de mujeres indígenas, «es esencial garantizar que los alimentos de los pueblos indígenas sigan siendo respetados, protegidos y celebrados como parte integrante de la cultura culinaria mundial». En México, la Red de Pueblos Indígenas está desempeñando un papel muy activo en esta campaña al promover que las comunidades indígenas identifiquen y presenten los alimentos locales que desean descolonizar. Desde años participa en las diversas iniciativas y campañas que demandan un país sin transgénicos.
Nolasco Cruz insiste fervientemente en la necesidad imperiosa de promover la «agricultura local para defender la biodiversidad, el territorio y la identidad de las comunidades nativas», en particular en América Latina, «donde la situación sigue siendo crítica». Ya en 2022, en declaraciones de prensa, afirmaba que en las comunidades indígenas esta labor es aún más importante pues la represión que han sufrido durante muchísimo tiempo ha causado que se olviden de sus tradiciones. «Muchas mujeres indígenas mexicanas están haciendo recetarios para descolonizar la dieta, reeducar los paladares y reconectar con los sabores de los pueblos indígenas y los ancestros».
Participación indígena para preservar la Amazonia
El 8 y el 9 de agosto, y en paralelo – aunque sin ninguna relación orgánica– con la Campaña Descoloniza tu Comida promovida por la Red de Pueblos Indígenas (muchos de los cuales viven en naciones de la cuenca amazónica), se realizó en la ciudad de Belém de Pará, en el norte brasileño, la Cumbre de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). En dicha Cumbre, convocada por Brasil, también participaron dirigentes de primer nivel de Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Guyana, Surinam y Venezuela –las otras siete naciones que integran esa región geográfica, verdadero pulmón ecológico y principal reserva de la biodiversidad del planeta.
El documento final, con un centenar de puntos, incluye una agenda para confrontar la deforestación y establece medidas de cooperación entre naciones para la protección del Bioma Amazónico. Un aspecto clave del documento final consiste en recordarle a las naciones poderosas del mundo que deben cumplir sus compromisos financieros destinados al cuidado y la protección de la Amazonia, tal como lo establecen los acuerdos climáticos de la ONU. Se trata de una cifra cercana a los 100 mil millones de dólares anuales. A pesar de esos pasos positivos, portavoces de las comunidades indígenas expresaron su escepticismo sobre los resultados globales de la Cumbre. Temas esenciales como la meta de deforestación cero hasta 2030 o el control de la expansión petrolera y de gas en la Amazonia no encontraron respuestas efectivas.
Importantes organizaciones indígenas, fundamentalmente de Brasil, reunidas en Brasilia muy poco antes (28 a 30 de junio), fueron categóricas en cuanto a la exigencia de una participación activa de los pueblos indígenas en la Cumbre Amazónica. En esa ocasión se acordó convocar una suerte de pre-Cumbre (sociedad civil y representantes de los gobiernos) en la misma Pará de Belém. Sin embargo, la participación real de los pueblos indígenas en el cónclave de la OTCA así como en la dinámica de toma de decisiones, sigue siendo un punto de fricción debido a desavenencias entre la sociedad civil y los Estados.
A fines de junio, las organizaciones indígenas reunidas en Brasilia advirtieron que, si bien los pueblos indígenas de la cuenca amazónica «son verdaderos y profundos expertos y protectores de los bosques, aún no cuentan con las condiciones necesarias e indispensables aseguradas para participar efectivamente en los procesos de diálogo, proposición y construcción de la mencionada Cumbre». Además, que abordar la agenda de la Amazonía sin la participación efectiva de sus propios Pueblos Indígenas demuestra la falta de reconocimiento de sus vidas y de los roles que desempeñan a favor del mantenimiento y defensa de los bosques. «Una vez más», señalaron en dicha ocasión, «nos enfrentamos a debates y construcción de propuestas sobre nuestros territorios sin la garantía de nuestra participación, lo que revela la práctica colonialista recurrente que busca silenciar nuestros protagonismos, al tiempo que suplanta nuestras voces y autonomía en los espacios de toma de decisiones».
Con la mira en la preservación de la biodiversidad amazónica y poniendo el acento en la necesidad de la valoración de los alimentos autóctonos, en los primeros días de agosto el movimiento indígena pasó a la ofensiva. Y alzó su voz fuerte y decidida, aunque no siempre escuchada, reconocida y valorada por los Estados y el poder económico. Un paso más de denuncia de la colonización 531 años después de un tal Cristóbal Colón.